Definición: “Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo.”
El trabajo sobre la compasión tiene tanto que ver con los demás como con nosotros mismos. En mis sesiones de terapia suelo repetir como un mantra: “lo mismo es afuera como es adentro”, y es que si no somo compasivos con los demás no lo vamos a poder ser con nosotros ni a la inversa.
Generalmente solemos entender la compasión, según la educación que hayamos recibido como el que debemos mostrarnos compasivos con los que no tienen nada o menos que nosotros, cuando no la asimilamos como una imagen de pena y pobreza. Pero la acción compasiva es una de las prácticas más avanzadas, porque no hay nada mas avanzado que comunicarse con los demás y comunicarse desde el corazón es verdaderamente un desafío. Y la compasión va un poco de eso, de comunicarse desde el corazón.
Para comunicarse verdaderamente hay que estar abierto, comunicar verdaderamente de corazón y estar por alguien conlleva no cerrarnos, ni a esa persona ni a lo que sentimos nosotros mismos. Es permitirnos sentir lo que sentimos y no rechazarlo, aceptar todos y cada uno de nuestros aspectos y sentimientos aunque no nos gusten. Y hacer esto requiere de apertura. Sólo podemos reconocer lo que estamos sintiendo si nos hallamos en un espacio abierto (no cerrarnos ni entrar en negación de lo mio ni lo del otro) y libre de juicios. Es decir, relacionarnos con las complejidades de las emociones y la vida propia y de los demás sin condenarlas. Está claro que nuestro nivel de comprensión repercutirá en nuestros juicios y en nuestro deseo de condenar las cosas.
Debe quedar claro que no juzgar no es no preferir, no significa que todo sea aceptable. No juzgarnos a nosotros mismos no es lo mismo que decir que no tenemos preferencias o valores, o que no estamos abiertos y dedicados a corregirnos, sino que consiste en dejar de atacarnos y condenarnos a nosotros mismos. Lo que sucede es que la crítica y la condena van ligadas a ciertos sentimientos, normalmente la ira, la frustración y el desprecio. Y a la culpa.
Sólo en un espacio de estas características no estaremos atrapados en nuestra única versión de la realidad, donde podemos ver y escuchar al otro, sentir quién es realmente el otro y eso nos posibilita el estar con y comunicarnos apropiadamente con él o ella.
La esencia del discurso y la acción compasiva es estar ahí para los demás, sin retirarnos ante el horror, el miedo o la ira que podamos sentir.
Es dificil entender que lo que rechazamos ahí afuera es lo que rechazamos en nosotros mismos y lo que rechazamos en nosotros es lo que vamos a rechazar ahí afuera. Sentir compasión empieza y termina en la compasión que sentimos por todas las partes no deseadas de nosotros mismos, por todas esas imperfecciones que ni siquiera queremos mirar en nosotros. Hay un lema de las enseñanzas budistas que dice “dirige toda la culpa hacia ti mismo”. Y es que si algo me duele mucho es porque me estoy aferrando muy intensamente. Lo que el lema indica es que el dolor procede del apego a hacer las cosas a nuestro modo, y que cuando nos sentimos incomodos es porque estamos en un lugar o situación en la que no queremos estar, una de las principales salidas que tomamos es juzgar y culpar a alguien o algo.
Comportarse de forma compasiva significa comportarse de formas que identificamos como provechosas para nosotros y nuestro sufrimiento, y que nos ayudarán a progresar en el camino de la vida; y es un comportamiento que también podemos dirigir hacia los demás. De modo que, a veces, el comportamiento compasivo puede implicar ser buenos con nosotros mismos, reconocer que necesitamos unas vacaciones, tomarnos un descanso, que nos mimen, el apoyo de los demás o, simplemente, tratarnos con amabilidad. Pero también requiere valentía para hacer cosas que puede que nos estén bloqueando. A veces, el comportamiento compasivo consiste en hacer cosas que no queremos hacer, como, por ejemplo, enfrentarnos a algo a pesar de que la depresión, la ansiedad o los prejuicios hacen que prefiramos evitar la confrontación.
Es compasivo porque, aunque elegir lo que parece el camino más fácil a corto plazo (p. ej., evitar hacer algo) puede proporcionarnos un alivio temporal, esto no nos lleva a ninguna parte. Muchas veces el actuar para evitar sentir cierta culpa, nos lleva a actuar posteriormente de una forma en la que sí tenemos culpa. Puedes leer esta entrada sobre la culpa. La ayuda genuinamente compasiva nunca es sumisa ni implica rendirse a los deseos de otra persona, cosa que nos deja llenos de resentimiento o muy necesitados de aprobación. Es difícil actuar de forma compasiva desde una posición de miedo o debilidad. Así que, a veces, debemos aprender asertividad para plantarnos ante los demás y decir: «No». La persona compasiva debe ser sensata, atenta, curiosa y abierta, pero a veces también requiere valentía, y todos podemos intentarlo.
La culpa nos impide comunicar de manera genuina con los demás, y en lugar de sostenerla, la fortificamos con nuestras ideas sobre quién tiene razón. Y esto seamos sinceros, lo hacemos casi casi con todo. Culpar es muy común y muy antiguo y es algo con lo que intentamos sentirnos mejor. Culpar es una forma de proteger nuestros corazones, de proteger lo suave, lo abierto y lo tierno que hay dentro de nosotros. En lugar de adueñarnos de nuestro propio dolor, lo que hacemos es tratar de ponernos cómodos. Es una tendencia que pretende tenerlo todo en nuestros propios terminos y a nuestra manera. Culpar es una manera de agarrarnos a algo.
Una distinción que puede ayudarnos es la que existe entre vergüenza y culpabilidad, dos cosas que la gente confunde a menudo. Cuando sentimos vergüenza, nos centramos en nosotros mismos y en cómo creemos que nos ven los demás, por ejemplo, en que piensan mal de nosotros. Con la vergüenza nos sentimos expuestos y pensamos que algo no va bien en nosotros, o que tenemos un defecto. Nos sentimos ansiosos, deprimidos y nuestro corazón se hunde. Bajamos la cabeza y evitamos la mirada de los demás, cubriendo las cosas que nos avergüenzan. Si nos avergonzamos de nosotros mismos, nos despreciamos y nos mostramos autocríticos. Así, la vergüenza se basa en amenazas y ataques, en lo malos y poco adecuados que nos sentimos, en juzgar y ser juzgados. Como la vergüenza puede estar basada en la acusación y el castigo, las personas tienden a evitarla.
La culpabilidad es muy distinta. Cuando nos sentimos culpables, estamos abiertos a lo que hemos hecho: «¡Ay, madre, he sido yo, lo siento muchísimo!». Nuestras expresiones faciales y sentimientos son muy distintos, nada de bajar la cabeza o escondernos. Nuestros sentimientos buscan reparar, hablar, mientras que con la vergüenza queremos apartarnos o atacar. Además, la culpabilidad suele centrarse en sucesos o comportamientos concretos («Me siento culpable porque hice esto o pensé aquello»), mientras que la vergüenza se basa en sentimientos sobre nosotros mismos, cosas como que no somos adecuados, tenemos defectos o no somos atractivos.
La culpabilidad puede surgir allí donde se dan conflictos entre cosas que queremos tener o hacer pero que pueden dañar a otros, situaciones en las que la ganancia de uno es la pérdida de otro. Sin embargo, si nos preocupamos demasiado por no hacer daño ni molestar a los demás y no lo equilibramos con nuestras propias necesidades, podríamos convertirnos en sumisos, y eso no es compasivo. La compasión no consiste en evitar cualquier conflicto, sino en cómo nos enfrentamos a ellos. Para aclarar la distinción, veamos las reacciones de dos hombres, John y Tom. Ambos tienen una aventura. Cuando sus mujeres los descubren, John piensa: «Oh, Dios mío, ahora mi mujer me lo va a hacer pasar fatal. Quizá ya no me quiera tanto. ¿Y si se lo cuenta a nuestros amigos? ¿Cómo voy a mirarlos a la cara? Será mejor que los evite una temporada. Seré bueno para que mi mujer vuelva a quererme». John no piensa en absoluto en el dolor y el daño que le ha causado a su mujer, sólo en sí mismo. Su mayor preocupación es el daño que el descubrimiento le ha causado a él. Sus sentimientos están basados en la vergüenza.
Tom, sin embargo, se siente muy triste por el dolor que le ha causado a su mujer y el daño que ha hecho a su relación. Reconoce lo mal que se sentiría si la situación fuera la contraria y siente remordimientos (empatía). Puede que a Tom también le preocupe que su mujer lo quiera menos y lo que puedan pensar de él sus amigos si se enteran, pero lo que más le preocupa es el daño que ha causado. Sus sentimientos están basados en la culpabilidad. Los sentimientos de culpabilidad suelen estar relacionados con el miedo y la tristeza. Cuando hemos hecho algo que ha causado daño a alguien, podemos sentir tristeza, y este sentimiento, a su vez, está relacionado con los remordimientos y el arrepentimiento. Son estos sentimientos los que hacen que queramos arreglar las cosas. Así que, por ejemplo, puede que John no esté muy triste por lo que ha hecho, porque sólo está centrado en el daño causado por el descubrimiento. En cambio, a Tom le entristece profundamente el daño que sufre su mujer.
Este texto lo he escrito apoyándome en algun pasaje del libro “La mente compasiva” de Paul Gilbert
A veces, tengo la extraña sensación de que estoy “peormente” mejor, sí, estoy “peormente” mejor. Es que a veces siento que estoy jodido, que no avanzo, que he embarrancado la proa y necesito encender el motor para forzar el avance. Como que el fluir, a veces, parece ir despacio para conmigo mismo, el fluir interno hacia mi descubrimiento y recursos personales, hacia mi vida, parece que se atasca. Y es que conforme uno va avanzando en su proceso y se empieza a ver el culo, cuando empiezas a ver que no todo es bonito, cuando empiezas a descubrir tu lado oscuro, es cuando estás “peormente” mejor. Es incómodo hacerse cargo, muchas veces, del pastel que uno tiene. Y más cuando creía que no tenia nada, y de repente, toma, pastel de 3 pisos. De esos gruesos y rellenos, de los que cunden, de los dejan lleno. Cuando las personas van asimilando sus cosas y dejan de echar balones fuera, cuando empiezan a responsabilizarse de sí mismas, es cuando empiezan a estar “peormente” mejor, y más durante el proceso terapéutico.
Y… Qué es una persona?
Sin entrar en muchas explicaciones y sintetizando, ya que lo mío no son las letras, persona viene de per-sonare. Para sonar más fuerte. Y es la máscara que se pone el actor, el griego, para sonar, para amplificar su voz y que todo el mundo le oiga. Progresivamente, en la comedia griega, se dejó de llamar per-sonare a la máscara y se le empezó a llamar así al papel que el actor representaba, al personaje. Más tarde, pasó a llamarse persona al ser humano, desde el punto de vista del personaje que todo ser humano es. El personaje que somos.
Os acordáis del personaje que encarna Jim Carrey en El show de thruman, con ese interesante argumento que llama la atención, ya que parece que eso que le ocurre al protagonista sólo le ocurre al protagonista. Y yo me pregunto, ¿no seré yo Thruman? No estaré en medio de una obra de teatro? Dentro de esta obra, ¿no me ha tocado el papel de mi vida? ¿No me ha tocado un reparto de actores, mis padres, mis amigos, hermanos, etc? ¿No me han sido dadas las cosas que me toca hacer?¿No he aprendido a cómo actuar mi vida? Y quizás llevo ya en esta obra 40 años, 30, 20, 50, los que sean, y cuando salgo de este teatro y me relaciono, ya no me relaciono desde lo que soy, sino desde ése personaje que se me ha pegado y que sigo creyendo que soy, ése o ésa que hace y deshace, que representa ese papel. Ese personaje que ha aprendido a representar con éxito su propia obra de teatro.
Puedo ir de Don Quijote, o de Sancho Panza, o del que me haya gustado y haya elegido yo para mí, y al ir por la calle y encontramos, en lugar de encontrarnos desde nuestra esencia y relacionarnos desde lo que somos, nos relacionamos desde el Don Quijote, porque es imposible que yo deje de hacer de Don Quijote y tu de Sancho Panza.
Como Paco Moran en la extraña pareja, junto a Joan Pera. Tantos años haciendo la misma obra de teatro, creo que al rededor de 20, 25 años!!. o 50, en escena, actuando, representando, un montón de años en los que te reconocen por el personaje que eres. Y claro llega un momento en el que ya, evidentemente, ineludiblemente, eres ese. Y aquí es importante recordar que esto es lo que nos creemos que somos. Y que esto es plástico, esto se puede cambiar, es sólo un intermediario, es mi ego, mi persona, mi máscara, y se puede cambiar. Es el intermediario entre la esencia y el mundo, y es un intermediario que está muy arraigado. Todo lo que yo muevo dentro de mi, se amplifica y se mueve en mi personaje de una cierta manera, como si fuéramos una especie de transformer.
Es que cuando uno va descubriendo el pastel, cuando va estando “peormente” mejor y se va dando cuenta de cosas, ha de ser capaz de mirarlo en distancia, sin opinar, sin juzgar. El proceso terapéutico es para eso, para ir ampliando la conciencia, el darse cuenta. Porque sólo siendo conscientes, sabiendo quien somos, qué hacemos, cómo actuamos, podremos elegir. Podremos cambiar. Sería una actitud como el investigador que investiga hormigas, que no opina. Sólo descubre cosas que anota en su cuaderno y constata lo que es. Cuando ve que las hormigas devoran al gusanito no empieza: vaya hijas de puta las hormigas, se comen sin piedad al gusano, y la pobre araña ahí al lado…. las hormigas … vaya hijas de puta. No hace eso no, dice: Son las 9 de la mañana, las hormigas rodean al gusano a modo de emboscada, empiezan a comer por la cabeza, lo descuartizan y se lo llevan para adentro. Observando solamente cómo se dan las cosas, sin opinar.
Pero vamos, que cuando uno se coloca en investigador de su propio carácter, de su manera de ser, cuando descubre su pastelazo, generalmente dice: oooh que horror, soy una mierda. Es que siempre lo has sido!!! Cuando lo descubre debe decir oooh, de puta madre, esto es lo que me voy a currar, esto es lo que quiero transformar y lo que voy a llevar a terapia. Conforme vas poniéndote en modo investigador de ti mismo, vas viendo tu personaje, sus impulsos, los hábitos, las rutinas, el funcionamiento por defecto. En el momento que me entero, que me doy cuenta, ya dejo de ser eso, puedo salir de ahí. En cambio, si me quedo identificado no puedo operar, no puedo trabajar si sigo pegado al asunto. Y ahí es donde el barco embarranca, donde la cosa no fluye, donde repito patrones.
Es una posible actitud a tener, conforme vamos viéndonos: que bien: soy un puto manipulador, soy una sufridora del copón. Cojonudo. Que bien tengo un nuevo dato. No soy yo, es eso, eso es así. Porque todos vamos a dejar al personaje cuando muramos, no hace falta detenerse a darle brillo a la moto, porque te vas a quedar sin ella. Sólo lo justo para que funcione bien y te lleve a los sitios a donde quieres ir, y en condiciones. Todo esto sirve para colocarse en un lugar de trabajo, en un lugar donde no representar ni quedarse anclado en esa persona que eres, en ese personaje para con la vida que te ha tocado y que has elegido vivir, para avanzar, para no repetir.
Gracias Ramón Ballester y tu conocimiento sobre el carácter y la personalidad.
Para seguir profundizando un poco más acerca del sentimiento de culpa, voy a compartir con vosotros esta otra entrada, extraída en gran parte del postgrado en clínica gestáltica impartido por Jaume Cardona. Voy a empezar por resumir la primera entrada que escribí hace ya algunos días y que aquí ampliaré un poco más.
Haciendo gala de la capacidad de síntesis que me caracteriza, voy a cortar por lo sano y a empezar esta entrada por la vía directa. Recomiendo al lector, que por si algún motivo encuentra fuera de lugar el punto de partida de este texto o si prefiere profundizar en los orígenes de este resúmen lea la primera entra de sobre el sentimiento de culpa. Así pues allá voy.
Aunque todos sabemos que al nacer, nacemos inocentes (entiéndase exentos de culpa), ya de pequeñitos aprendemos que en nuestro interior existe lo agradable y lo desagradable y que acaba conviriténdose en “dentro de mi existe lo malo y lo bueno”. Ese sentimiento de que no soy correcto, de que cuando lloro molesto, cuando quiero hablar interrumpo, de que no me dejan gritar, que cuando me acerco se marchan, etc va generando esa sensación de que hay algo malo en mí. Va generando ese sentimiento de culpa, esa cosa de que en mi hay algo malo y que al exterior no le gusta.
Con estas vivencias, se van a generar dos cosas:
La primera es que como niños vamos a decidir culparnos a nosotros mismos con tal de preservar el amor en nuestra familia. De esta manera excuso la reacción del entorno y puedo seguir manteniendo (según la inocencia de un niño) la unión familiar y del sistema. Así es como ya desde niños interiorizamos lo malo en nosotros y de donde surge la intensidad de nuestro sentimiento de culpabilidad. Y esa intensidad, nos va a perseguir hasta la edad adulta, acompañándonos en cada proceso de maduración. En los casos más acusados incluso se puede llegar a desarrollar el sentimiento de “Soy culpable de ser”, mi existencia genera mal estar, porque cuando reclamo atención me rechazan, cuando lloro molesto, cuando hago algo mal me gritan, o cuando no lo hago también, y aquí cada uno puede añadir de su propia cosecha esas vivencias infantiles en las que siente ese miedo a que le retiren el amor y que no viene de otro sitio que de esos mandatos internos que vivimos de pequeños y que nos hicimos nuestros, auto culpándonos para poder seguir queriendo a las personas que teníamos de referencia.
La segunda cosa que se genera son las auto exigencias, los mandatos internos, los deberías, los tienes que … Esa voz interna que nunca esta satisfecha con nuestro comportamiento, nunca reconoce, siempre pide más, nunca es suficiente y es en definitiva, lo que va a desembocar en el aspecto más neurótico: la culpa persecutoria. Esa especie de ojo que todo lo ve, esa especie de cosa que está constantemente al acecho, me vigila, genera auto acusaciones, recriminaciones, rencores etc. Son muchos los ingredientes ante los cuales un niño es sensible de sentirse así, muchos los componentes que pueden hacerle creer que ciertos aspectos suyos no son bienvenidos en el mundo que le rodea y le hacen sentirse en peligro de abandono o de castigo, la cual cosa, si sucede, ratificaría que eso que percibe de él es malo y real.
Es evidente que cada uno de nosotros hemos vivido infancias distintas y las relaciones con nuestros familiares distan mucho entre sí. No todo el mundo tiene el mismo sentimiento ni intensidad de culpa, ya que ésta depende de:
Las cosas que hemos asimilado como malas en nosotros (enfadarme, rabieta, llorar). Esas actitudes mías que han rechazado desde mi mundo exterior y me hacen sentir que eso que hay en mí, eso que me genera ganas de llorar, o de enfadarme, es malo, es rechazado por mi entorno y yo me lo siento como mío. Algo en mi es malo.
Como me identifico con esas cosas malas (que grado de maldad le doy yo a esas cosas)
Por otro lado, la culpa persecutoria todos la sentimos en mayor o menor medida. La mayoría de nosotros nos sentimos culpables: con 1 año y medio o dos, ya se empiezan a generar ciertos pensamientos como “yo no puedo generar esto en los demás”. En esta edad, en algunos casos ya empiezan los mandatos externos “niño no llores”, “tal como eres nadie te va a querer”, etc. Diríamos que lo que empieza a perseguirnos de aquí en adelante es el miedo a no ser amados y la indignidad ante la reacción del entorno (en forma de mandatos para que eso no suceda), y de la cual nos sentiríamos culpables, avergonzados debido a nuestros sentimientos, comportamientos y actitudes.
Es que hay cosas muy fuertes para un niño (tal como eres nadie te va a querer, ven luego, llorar es de niñas, todas estas frases (introyectos) dichas a un niño van generando un sentimiento de frustración, humillación, y sentir que está decepcionando al padre, sentir que papá o mamá por una actitud mía me retira amor, es lo peor para un niño.
Y así vamos haciéndonos mayores y debido a la presión de todo esto, llegamos a los 6, 7 años bien cargados, muchos o algunos de nosotros habremos topado con la cosa esa de la culpa de ser, la persecutoria. La sensación de yo no tendría que haber nacido. Sentirse como una anomalía, algo que no toca, he nacido y he venido a dar el coñazo. Éso genera un problema de base importante. Además, se nos van añadiendo las reacciones del padre, de la madre, etc y se van preparando las vivencias de indignidad, vergüenza, asco, etc. Y paso a paso vamos adquiriendo una vida en la que vivimos clandestinamente, ocultos. Y es porque si de verdad nos mostramos, lo que se nos viene encima es todo nuestro pasado, la indignidad, la vergüenza, el asco (soy asqueroso), la repulsión propia. Encima luego se añaden las órdenes y sentencias (tu debes, tu tienes que, tu has de), y nos plantamos en la infancia con una buena carga.
Con todas estas cosas buenas que ya nos suceden de niños, no es de extrañar que poco a poco aprendamos a defendenos, y lo hacemos a través de los mecanismos de defensa. Creamos el mecanismo para hacer que la cosa me afecte lo menos posible. Son posiciones para que se anestesie lo máximo posible esa sensación y no son más que castigo, castigo hacia nosotros mismos o hacia los demás, aquí encaja la frase esa de que “no queriendo sentir mi propia culpa, acabo haciendo otras cosas que sí que de verdad me hacen culpable”
En contraposición a la posición defensiva de defendernos inconscientemente, podemos optar por el arrepentimiento, que tiene que ver mucho con el pesar, no con el dolor generado al otro sino también con el propio dolor que se siente, el dolor que uno también ha causado. Cómo me enfrento al hecho de que yo también he generado dolor? Con toma de conciencia, ir desgranando y comprendiendo la propia historia, las causas que generan los comportamientos, los mecanismos de defensa que he utilizado.
En el trabajo con la culpa hay que que querer mirar. Empezar a ver (cosa poco fácil), darse cuenta de esa parte en la que ahora ya no hay tantas responsabilidades externas, las cosas que nos ocurren son internas. Lo único que nos puede redimir de la culpa es aprender, aprender en lugar de castigar y seguirnos castigando con nuestras defensas. Todo momento es bueno para darse cuenta, no importa la edad que se tenga. El no asumir mi culpa interna me lleva a hacer qué? A huir toda la vida. A huir de uno mismo y del contacto con la vida.
La mirada comprensiva que da ver cómo llegamos al mundo, cómo somos recibidos, cómo crecemos y cómo somos lanzados a vivir, es lo que cura. A partir del momento en el que somos lanzados a vivir es cuando vamos a aprender cómo vivir y durante este proceso de aprendizaje nos vamos a hacer daño, nos van a hacer daño y vamos a hacer daño. Y lo único que tenemos y podemos hacer ante eso es aprender. La alternativa a eso es castigarnos.
Entender que esto del vivir es complicado, cuando aparece en un primer momento la figura materna, posteriormente el padre y más adelante se va conformando una percepción de que fuera hay una relación (madre y padre) y que yo estoy en medio, y que mis actos pueden afectar esa relación. Ya más mayores, para algunos la percepción es de yo con migo mismo, para otros empieza a coger fuerza el papel del otro, yo y el otro. Si relacionamos esta percepción con la parte buena y mala que hay en mí, de repente el otro (papá, mamá, hermanos) también se nos aparecen con sus partes buenas y malas y por lo tanto nos relacionamos desde estas partes. A los niños les cuesta mucho asumir la maldad de un padre o una madre. Y vamos a ir tomando conciencia de que dañamos, que decepcionamos. La toma de esa conciencia es necesaria: saber que podemos causar daño es importante, una para entender que ciertos daños existen en la condición humana (por ejemplo en el que una relación no funcione por decisión mía, si no me siento feliz es lógico que no quiera seguir y la decisión implica un daño), la otra lo que nos enseña el proceso de socialización: que hay daños que no hay que causar (no robarás, no matarás), la conciencia de lo que hacemos nos ayuda a aprender y nos damos cuenta de que hay que ir con cuidado con ciertos comportamientos porque el otro también existe, merece respeto, etc, y podemos hacerle daño.
Ir conociéndonos, ver nuestra máscara, ver lo que reprimo (lo que reprimo no se esta quieto), el paso de abandonar la defensa del sentimiento de culpabilidad también incluye abrirse a las cosas que hemos hecho nosotros, y ése es un paso que da miedo porque con todos nuestros juicios internos, nuestros auto reproches, nuestros mandatos, nuestro policía interior, no sabemos si nos vamos a acabar de ejecutar. Por eso da tanto miedo dejar la culpa neurótica y pasar a la culpa depresiva de verdad donde realmente vemos “qué he echo”, qué he hecho de verdad. Poder llegar un punto de comprensión donde en alguna época de mi vida no supe más, no vi más, pero si veo de verdad, si miramos con cuidado, tanto me tengo que acusar? sabíamos tanto de las cosas? éramos inconscientes, la cosa no daba para más. La cosa merece perdón o castigo?
Ése es el punto de comprensión, entender cómo hemos llegado a este fenómeno de vivir. A caso llegue aquí sabiendo cómo relacionarme? He llegado preparado para no dañar? para no dañarnos? salimos al mundo con conocimiento para saber amar?, sabemos sostener frustraciones?, rechazos?… todo eso es lo que vamos a tener que aprender, a conocernos, y a conocer al otro, que el otro existe mas allá de mí… sino, nos pasamos media vida entre todo este meollo, y al darnos cuenta y sacar la cabeza para ver como arreglarlo vemos un gran trabajo y elegimos no mirar. Y seguimos igual, relacionándonos con el mundo como me he relacionado hasta ahora. Con eso nos vamos a tener que ver, con nuestra dificultad y con la dificultad de los otros. Y echar la vista atrás y mirar todo esto sólo tiene un sentido: querer aprender. No quiero hacerte daño y si te hago daño es por cosas que en la vida ocurren, no es tan fácil ser humano.
Si conseguimos llegar a este punto, aparece el pesar. El aceptar que me pesa haber actuado así. Sentir el pesar de lo que me he dañado y lo que he dañado y poder estar con eso sin juzgarme. Hoy tengo la posibilidad de mirarlo y sólo si lo miro puedo entrar en la posibilidad de cambiar algunas cosas. En la medida en que logro eso, asumo la libertad, la responsabilidad y la posibilidad de aceptar y de perdonar. Perdonarnos. Perdonarnos por habernos castigado.
Es muy importante entender el arte de la aceptación, el aceptar la condición humana. Somos humanos y así vivimos. Sino vemos esto, sino lo aceptamos y nos liberamos de ello, no nos queda otra que castigar y castigarnos, no hay más.
Una mirada simplemente de eso, una mirada que lo que quiere es comprender el sufrimiento para dar paso al dolor, y ser un poco mas libre luego, ser mas libres por haber afrontado nuestra vida como es y por haberla podido mirar.
Para empezar a hablar sobre el sentimiento de culpa, quizás debería referirme primero a la historia … ya sabéis … el tema religioso sobre el pecado original, Adán, Eva, Dios, La serpiente, y todos esos elementos simbólicos que forman parte de la trama. Y es que el condicionamiento que la religión ha ejercido sobre nuestra cultura judeocristiana durante miles de años no es moco de pavo, y aunque muchos de nosotros vayamos por ahí diciendo que esto de Dios, de los pecados y de la iglesia no nos afecta, a la hora de la verdad parece que algo sí que afecta,o al menos a los que por algún o otro motivo tenemos esa parte moralista dentro de nosotros emergiendo cada dos por tres y recordándonos que esto no se hace o esto no está bien hecho.
Me resulta sorprendente darme cuenta de que la historia de la humanidad, al menos eso que tradicionalmente se nos explica en la escuela sobre la Biblia, está basada en el castigo, y precisamente en el castigo de quien parece que todo lo puede y que aunque parece que está ahí para ofrecernos su ayuda y misericordia a todos nosotros pecadores y sufridores, el castigo que dios ejerció sobre adán y eva, desterrándolos del paraíso no fue del todo misericordioso. Un castigo infringido por el desobedecer, por la desobediencia a la única premisa que se les dio, y bueno, supongo que ya conocéis la historia y no voy a explicarla aquí. Sólo diré que dentro de muchos de nosotros, en nuestra conciencia social, convive la creencia inconciente de que el desobedecer a quien posee la autoridad, el saltarse una norma conlleva un castigo, y por lo que parece en la historia esta que me refiero, no un pequeño castigo.
Una de las funciones del sentimiento de culpabilidad, es la de regular los comportamientos perjudiciales para lo convivencia en sociedad. Podemos entender a la culpabilidad como una emoción de control, éste es el sentido que toma en la religión. Más allá de los códigos legales que limitan la conducta existe un código moral, propio de cada cultura y cada religión, que marca los comportamientos inaceptables y los “mandatos” (mandamientos) que deben cumplirse. Las transgresiones de dichos mandatos son los llamados pecados (no matarás, no robarás, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo, etc, ya sabéis).
Historias a parte, y entrando un poco en el tema que nos ocupa, debo decir que el sentimiento de culpa está ahí para notificarnos de algo que anda mal en nosotros, en nuestra conciencia. La tan escuchada frase “me duele la conciencia” vendría a ser algo así como: me siento culpable. O quizás también podríamos decir “me pienso culpable” ya que la culpa muchas veces a parte de sentirla se piensa, dentro de nosotros, a través de nuestros juicios o nuestro padre(dios) interno, el cual parece que rige nuestro comportamiento y está al acecho.
Y es que con la culpa, como con cualquier sentimiento bien integrado y utilizado es útil para darnos cuenta de que hemos traicionado algo importante para nosotros, algo relacionado con el otro. De hecho, la culpa sana es aquella que nos demuestra que hemos o estamos traicionando un vínculo o alianza que para nosotros es importante.
Y digo sana porque se puede distinguir entre la culpa sana, aquella que nos mueve a buscar entre nuestros recursos propios y poner nuestra energía en encontrar la forma de solventar el agravio y la culpa neurótica, esa que irracionalmente se instala en nosotros y que no sirve para nada más que negarnos a nosotros mismos, paralizarnos, castigarnos y hacernos daño.
Cabe aquí explicar dos aspectos bien diferenciados y que marcan la evolución en la regulación del individuo después de sentirse culpable:
• El remordimiento es una culpa que hace que no encontremos paz. El remordimiento nos lanza a buscar nosotros mismos castigo, como su palabra indica, no es solo morder, es remorder. Es un morder(nos) que existencialmente nos lleva a buscar castigo y que nos aplicamos nosotros mismos. Es algo así como que nos castigamos para perdonarnos nosotros mismos.
• El arrepentimiento requiere de reflexión y compresión sobre la situación. No busca castigo, busca perdón. Esta comprensión del orden de las cosas que sucedieron nos sitúan en el darnos cuenta de que tenemos derecho al perdón.
Y también podemos diferenciar la culpa moral, que seria la que puede aparecer después de causar daño a conciencia (como con los 10 mandamientos), y la culpa persecutoria, que es aquella que incluso cuando estoy en reposo parece que hay algo que sigue mirándome. Una especie de ojo que esta en todas partes. Es la que da a la culpa el fundamento de su más mala leche, y evidencia el rencor que nos tenemos, el maltrato que nos damos a nosotros mismos, lo mal que nos hablamos, tratamos, etc.
Profundizando un poco más en este sentimiento nos encontramos, dependiendo del grado, con grandes niveles de auto rechazo interno. El sentimiento que se relaciona con la culpa es la Vergüenza. En la culpa la preocupación está puesta en el otro, al que se identifica como dañado, mientras que en la vergüenza la preocupación está puesta en uno mismo, en cómo me percibe el otro. Nos juzgamos negativamente, nos rechazamos, nos sentimos culpables y nos castigamos.
“La culpa es la consecuencia de la internalización de las figuras externas de autoridad” (Kertész, 2008)
Vamos a desgranar un poco más, a modo de resumen, cuál es núcleo de la culpa, su origen y de dónde sale ese rechazo interno.
Resulta que al nacer, el recién llegado a este mundo no tiene absolutamente conciencia de nada, para él no existe el mundo externo, no hay camita, ni aire, ni comida, ni mama, ni papá, ni coches, ni nada de nada, sólo hay conciencia de que existe él. Al nacer, el bebe es el centro, la única conciencia que tiene es de él mismo, de las cosas que siente internamente ya ni tan siquiera como sentimientos sino como sensaciones. Malestar interno por hambre, incomodidad, frío, calor, etc. Así que el niño poco a poco aprende que lo desagradable y lo agradable existe dentro de él, en su interior, porque para él, el mundo no existe, todas sus sensaciones son vividas internamente y no es capaz de distinguir qué viene de fuera y qué viene de dentro.
Ya mas de niños, esto genera dos cosas:
Enmarcando la vida infantil dentro de la familia, un niño depende de los padres para que le cuiden, le alimenten y le den amor, para así sentirse arropado, seguro. Cuando esto no sucede, o cuando en su entorno sucede algo desagradable, algo que su alma infantil no alcanza a comprender (como maltratos, exceso de autoridad, abusos, separaciones, abandonos, desamor de los padres, etc) el niño no es capaz todavía de entender ni sentir: mis padres no me sirven, sólo soy un niño, no puede rechazarlos porque son quienes lo nutren, le dan vida, es dependiente de ellos. Como no saben cómo atender eso que está sucediendo fuera, la única manera que tienen para poder mantener el amor hacia sus padres y el equilibrio en el sistema, es hacerse culpables a si mismos, ellos se hacen los malos para poder preservar el amor. Me culpo y sigo amando. Todo ese sentimiento de culpa infantil es un perro de arriba en gestación. Poco a poco, van calando hondo los mandatos paternos, maternos o sociales (de nuestra familia o amigos, esos como no llores, llorar es de niñas, tal y como eres nadie te querrá, no seas malo, no seas así, no molestes, etc) y se van integrando como algo propio, algo que no puedo traicionar ya que corro el peligro de que me retiren el amor. Así se crea un guión de vida donde nos dedicamos a complacer a los demás para que nos quieran. Y ya de adulto, el individuo se sigue justificando (en esos comportamientos aprendidos) para entender que se merece ese tipo de cosas si no cumple con esas normas interiorizadas.
A groso modo podríamos decir que se convierte en: El padre persigue al niño. Es evidente que el padre(o figura parental de referencia) no es el real sino el interiorizado por el niño, ese padre interno con sus normas es el que le va a perseguir toda la vida. Metafóricamente o quizás sin tanta metáfora podríamos afirmar que hemos pasado media vida en la que nos han estado dando con el látigo y durante la otra media vida, cogemos el látigo y nos damos nosotros mismos.
Queriendo defenderte del sentimiento de culpa a veces haces cosas que te hacen sentir mas culpable todavía. Y es que desgraciadamente, la culpa pone su peso en el individuo, en la persona y no en la conducta. Va directamente contra la autoestima en lugar de intentar mejorar el comportamiento mediante la crítica constructiva. (“eres/soy un mal hijo”, “no merezco este puesto”…)
“la culpa es una reacción emocional aprendida que sólo puede ser usada si la víctima le muestra al explotador que es vulnerable a ella” (Dyer, 2010)
Según la Gestalt, detrás de una persona que dice sentirse culpable hay tres ingredientes:
Autoexigencia: suele tratarse de personas con un padre interno critico elevado que sienten la necesidad de comportarse adecuadamente.
Omnipotencia: en el sentido de que creen que pueden influir en los sentimientos de los demás (hacerles sentir mal o bien).
Enfado: se trata de un enfado no manifestado y en muchas ocasiones incluso no reconocido.
Por otro lado, la culpa es un sentimiento inmovilizador. La atención se centra en el “allí y entonces” en lugar de en el “aquí y el ahora” como pretende la Gestalt. Esto hace que la persona se paralice porque es imposible actuar para cambiar el pasado. Además, se gasta una importante cantidad de energía en rumiaciones respecto a lo sucedido. Quedamos anclados en esa creencia antigua, como si fuéramos niños, que nos impide tomar la cosas actuales desde el adulto que somos.
Desde este punto de vista, la culpa parece una emoción muy inútil, pero ya sabemos que todo lo que se mantiene cumple una función o facilita la obtención de un beneficio, aunque sea negativo. Algunos beneficios de la culpa son:
Evitar el miedo al presente: podría considerarse un mecanismo de defensa. Me da tanto miedo enfrentarme a lo que es mi vida presente, que me refugio en el pasado. Se trata de la falsa seguridad, de un tipo de comportamiento pasivo.
La comodidad: es más fácil sentirte mal por el pasado que poner tu energía en cambiar el presente.
Aceptación social: hay ciertos mandatos sociales ante los cuales parece una patología no sentir culpa (p.ej.: no atender a tus padres).
Lograr el perdón: existe la creencia social de que si te sientes lo suficientemente culpable quedarás exonerado de tu mal comportamiento. Está en la base de las penitencias (religiosas e incluso carcelarias).
Conseguir la compasión de los demás: puede que para personas con baja autoestima sea una salida habitual.
Además, la aparición de la culpa también dificulta el desarrollo del ciclo de la experiencia ya que en ella están implicados varios mecanismos de defensa. Desde el punto de vista de la Gestalt hablaríamos de un mecanismo de introyección por el cual no analizamos las normas y creencias que nos transmiten, dándolas por buenas sin más (tal y como eres nadie te querrá). Así el ciclo se interrumpe entre la conciencia y la energetización. Otro mecanismo habitual es la retroflexión. Puede verse cuando analizamos el componente de rabia del sentimiento de culpa. Nos culpamos a nosotros mismos en vez de mostrar nuestro enfado al otro y demandar lo que necesitamos. A menudo esta conducta acaba en somatizaciones físicas.
Sentirse culpable significa que nos sentimos mal respecto a algo sobre lo que ya no podemos intervenir y respecto a nosotros mismos como personas. Ser responsable, por el contrario, consiste en analizar la situación y, si decido que he obrado mal, intentar reparar el daño. La responsabilidad se centra en el aquí y ahora (qué puedo hacer ahora para solucionarlo) y juzga a la conducta, no a la persona (me he equivocado, esto no ha estado bien vs. soy un desastre, soy una mala amiga). La culpa la vive el Niño Adaptado, la responsabilidad reside en el Adulto. Por tanto, la intervención terapéutica deberá encaminarse a transformar la culpa en responsabilidad, a traspasar el poder del Niño al Adulto.
Para concluir, diré que la culpa necesita un esfuerzo de comprensión de la condición humana, la comprensión es el gran ejercicio de la culpa. La redención de la culpa a través del castigo no es más que más castigo. Buscar el perdón, perdonarse o perdonar a alguien representa renunciar al dolor que sentimos, a soltarlo, a no quedarse atado, a dejar de usarlo en un futuro como posible arma. También es renunciar al papel de víctima, renunciar a lo que hasta ese momento me ha proporcionado de algún modo un guión de víctima. Y para ello se deben encontrar formas para perdonar, no sólo desde la parte cognitiva o racional sino también desde lo profundamente emocional.
Miquel G. Gabriel
Terapeuta Gestalt, Eneagrama y trabajo con sueños.
Con una mirada sistémica a las relaciones familiares,
me apasiona llegar a deshacer el nudo