Qué es la Compasión

Qué es la Compasión

Definición: “Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo.”

El trabajo sobre la compasión tiene tanto que ver con los demás como con nosotros mismos. En mis sesiones de terapia suelo repetir como un mantra: “lo mismo es afuera como es adentro”, y es que si no somo compasivos con los demás no lo vamos a poder ser con nosotros ni a la inversa.

Generalmente solemos entender la compasión, según la educación que hayamos recibido como el que debemos mostrarnos compasivos con los que no tienen nada o menos que nosotros, cuando no la asimilamos como una imagen de pena y pobreza. Pero la acción compasiva es una de las prácticas más avanzadas, porque no hay nada mas avanzado que comunicarse con los demás y comunicarse desde el corazón es verdaderamente un desafío. Y la compasión va un poco de eso, de comunicarse desde el corazón.

Para comunicarse verdaderamente hay que estar abierto, comunicar verdaderamente de corazón y estar por alguien conlleva no cerrarnos, ni a esa persona ni a lo que sentimos nosotros mismos. Es permitirnos sentir lo que sentimos y no rechazarlo, aceptar todos y cada uno de nuestros aspectos y sentimientos aunque no nos gusten.  Y hacer esto requiere de apertura. Sólo podemos reconocer lo que estamos sintiendo si nos hallamos en un espacio abierto (no cerrarnos ni entrar en negación de lo mio ni lo del otro) y libre de juicios. Es decir, relacionarnos con las complejidades de las emociones y la vida propia y de los demás sin condenarlas. Está claro que nuestro nivel de comprensión repercutirá en nuestros juicios y en nuestro
deseo de condenar las cosas.

Debe quedar claro que no juzgar no es no preferir, no significa que todo sea aceptable. No juzgarnos a nosotros mismos no es lo mismo que decir que no tenemos preferencias o valores, o que no estamos abiertos y dedicados a corregirnos, sino que consiste en dejar de atacarnos y condenarnos a nosotros mismos. Lo que sucede es que la crítica y la condena van ligadas a ciertos sentimientos, normalmente la ira, la frustración y el desprecio. Y a la culpa.

Sólo en un espacio de estas características no estaremos atrapados en nuestra única versión de la realidad, donde podemos ver y escuchar al otro, sentir quién es realmente el otro y eso nos posibilita el estar con y comunicarnos apropiadamente con él o ella.

La esencia del discurso y la acción compasiva es estar ahí para los demás, sin retirarnos ante el horror, el miedo o la ira que podamos sentir.

Es dificil entender que lo que rechazamos ahí afuera es lo que rechazamos en nosotros mismos y lo que rechazamos en nosotros es lo que vamos a rechazar ahí afuera. Sentir compasión empieza y termina en la compasión que sentimos por todas las partes no deseadas de nosotros mismos, por todas esas imperfecciones que ni siquiera queremos mirar en nosotros.  Hay un lema de las enseñanzas budistas que dice “dirige toda la culpa hacia ti mismo”. Y es que si algo me duele mucho es porque me estoy aferrando muy intensamente. Lo que el lema indica es que el dolor procede del apego a hacer las cosas a nuestro modo, y que cuando nos sentimos incomodos es porque estamos en un lugar o situación en la que no queremos estar, una de las principales salidas que tomamos es juzgar y culpar a alguien o algo.

Comportarse de forma compasiva significa comportarse de formas que identificamos como provechosas para nosotros y nuestro sufrimiento, y que nos ayudarán a progresar en el camino de la vida; y es un comportamiento que también podemos dirigir hacia los demás. De modo que, a veces, el comportamiento compasivo puede implicar ser buenos con nosotros mismos, reconocer que necesitamos unas vacaciones, tomarnos un descanso, que nos mimen, el apoyo de los demás o, simplemente, tratarnos con amabilidad. Pero también requiere valentía para hacer cosas que puede que nos estén bloqueando. A veces, el comportamiento compasivo consiste en hacer cosas que no queremos hacer, como, por ejemplo, enfrentarnos a algo a pesar de que la depresión, la ansiedad o los prejuicios hacen que prefiramos evitar la confrontación.

Es compasivo porque, aunque elegir lo que parece el camino más fácil a corto plazo (p. ej., evitar hacer algo) puede proporcionarnos un alivio temporal, esto no nos lleva a ninguna parte. Muchas veces el actuar para evitar sentir cierta culpa, nos lleva a actuar posteriormente de una forma en la que sí tenemos culpa. Puedes leer esta entrada sobre la culpa.
La ayuda genuinamente compasiva nunca es sumisa ni implica rendirse a los deseos de otra persona, cosa que nos deja llenos de resentimiento o muy necesitados de aprobación. Es difícil actuar de forma compasiva desde una posición de miedo o debilidad. Así que, a veces, debemos aprender asertividad para plantarnos ante los demás y decir: «No». La persona compasiva debe ser sensata, atenta, curiosa y abierta, pero a veces también requiere valentía, y todos podemos intentarlo.

La culpa nos impide comunicar de manera genuina con los demás, y en lugar de sostenerla, la fortificamos con nuestras ideas sobre quién tiene razón. Y esto seamos sinceros, lo hacemos casi casi con todo. Culpar es muy común y muy antiguo y es algo con lo que intentamos sentirnos mejor. Culpar es una forma de proteger nuestros corazones, de proteger lo suave, lo abierto y lo tierno que hay dentro de nosotros. En lugar de adueñarnos de nuestro propio dolor, lo que hacemos es tratar de ponernos cómodos. Es una tendencia que pretende tenerlo todo en nuestros propios terminos y a nuestra manera. Culpar es una manera de agarrarnos a algo. 

Una distinción que puede ayudarnos es la que existe entre vergüenza y culpabilidad, dos cosas que la gente confunde a menudo. Cuando sentimos vergüenza, nos centramos en nosotros mismos y en cómo creemos que nos ven los demás, por ejemplo, en que piensan mal de nosotros. Con la vergüenza nos sentimos expuestos y pensamos que algo
no va bien en nosotros, o que tenemos un defecto. Nos sentimos ansiosos, deprimidos y nuestro corazón se hunde. Bajamos la cabeza y evitamos la mirada de los demás, cubriendo las cosas que nos avergüenzan. Si nos avergonzamos de nosotros mismos, nos despreciamos y nos mostramos autocríticos. Así, la vergüenza se basa en amenazas y ataques, en lo malos y poco adecuados que nos sentimos, en juzgar y ser juzgados. Como la vergüenza puede estar basada en la acusación y el castigo, las personas tienden a evitarla.

La culpabilidad es muy distinta. Cuando nos sentimos culpables, estamos abiertos a lo que hemos hecho: «¡Ay, madre, he sido yo, lo siento muchísimo!». Nuestras expresiones faciales y sentimientos son muy distintos, nada de bajar la cabeza o escondernos.
Nuestros sentimientos buscan reparar, hablar, mientras que con la vergüenza queremos apartarnos o atacar. Además, la culpabilidad suele centrarse en sucesos o comportamientos concretos («Me siento culpable porque hice esto o pensé aquello»), mientras que la vergüenza se basa en sentimientos sobre nosotros mismos, cosas como que no somos adecuados, tenemos defectos o no somos atractivos.

La culpabilidad puede surgir allí donde se dan conflictos entre cosas que queremos tener o hacer pero que pueden dañar a otros, situaciones en las que la ganancia de uno es la pérdida de otro. Sin embargo, si nos preocupamos demasiado por no hacer daño ni molestar a los demás y no lo equilibramos con nuestras propias necesidades, podríamos convertirnos en sumisos, y eso no es compasivo. La compasión no consiste en evitar cualquier conflicto, sino en cómo nos enfrentamos a ellos.
Para aclarar la distinción, veamos las reacciones de dos hombres, John y Tom. Ambos tienen una aventura. Cuando sus mujeres los descubren, John piensa: «Oh, Dios mío, ahora mi mujer me lo va a hacer pasar fatal. Quizá ya no me quiera tanto. ¿Y si se lo cuenta a nuestros amigos? ¿Cómo voy a mirarlos a la cara? Será mejor que los evite una temporada. Seré bueno para que mi mujer vuelva a quererme». John no piensa en absoluto en el dolor y el daño que le ha causado a su mujer, sólo en sí mismo. Su mayor preocupación es el daño que el descubrimiento le ha causado a él. Sus sentimientos están basados en la vergüenza.

Tom, sin embargo, se siente muy triste por el dolor que le ha causado a su mujer y el daño que ha hecho a su relación. Reconoce lo mal que se sentiría si la situación fuera la contraria y siente remordimientos (empatía). Puede que a Tom también le preocupe que su mujer lo quiera menos y lo que puedan pensar de él sus amigos si se enteran, pero lo
que más le preocupa es el daño que ha causado. Sus sentimientos están basados en la culpabilidad.
Los sentimientos de culpabilidad suelen estar relacionados con el miedo y la tristeza.
Cuando hemos hecho algo que ha causado daño a alguien, podemos sentir tristeza, y este sentimiento, a su vez, está relacionado con los remordimientos y el arrepentimiento. Son estos sentimientos los que hacen que queramos arreglar las cosas. Así que, por ejemplo, puede que John no esté muy triste por lo que ha hecho, porque sólo está centrado en el
daño causado por el descubrimiento. En cambio, a Tom le entristece profundamente el daño que sufre su mujer.

Este texto lo he escrito apoyándome en algun pasaje del libro “La mente compasiva” de Paul Gilbert

La alegría del idiota

La alegría del idiota

Había una vez, un hombre de mediana edad que estaba cansado de sí mismo. Estaba cansado de su quehacer, de su estado interno de seriedad y su connotación de gravedad para las cosas, que le hacían contactar con una pesada frustración, que intentaba aliviar mediante el hacer, el bien hacer por supuesto, lo cual le metía de nuevo en la rueda de la frustración. Hay que decir también que la orientación de este hombre era estar constantemente haciendo cosas, embargado por un sinfín de intereses que le empujaban a estar descubriendo y aprendiendo para sentir que era querible por todo lo que sabia hacer y lo bien que hacía las cosas.

Si bien esta actitud de curiosidad hacia la vida puede en algunos casos ser recomendable, en otros, como este, resulta perjudicial. Porque? porque en este caso la incesante curiosidad le llevaba a ser autodidacta en muchas cosas, (recordemos su búsqueda inconsciente de amor a través de saber hacer muchas cosas y bien hechas) con lo que nunca llegaba a ser maestro en nada y muchas veces se quedaba a medias con lo que generaba constantemente asuntos pendientes que le hacían sentir un peso vital y una insatisfacción por no hacer las cosas bien. Esto, le contactaba una actitud seria, orientada a la producción y al resultado, que después de tantos años se daba cuenta de que no le beneficiaba en nada puesto que casi nunca le permitía contactar con la alegría.

Quiero aquí mostrar su diálogo interno:

A: ¿Cuando voy a estar alegre? ¿Es que soy idiota?

B: Porque… si un idiota está alegre, ¿qué pasa?

A: Pero la cosa es que yo no soy idiota y como no soy idiota no puedo estar alegre. Los idiotas son los que estan alegres porque los que no lo son, estan pendientes de hacer otras cosas que no son estar alegres, porque la alegria no sirve para nada, la alegria te quita el tiempo, te quita y te distrae. La alegría no es lo que te va a sacar de aquí!

B: Pero… ¿de donde ha de sacarte?

A: Sabes que pasa, que yo quiero estar alegre y me da igual perder el tiempo o no ser productivo, me da igual no ser idiota o serlo, si para estar alegre he de ser idiota, prefiero serlo, porque estoy ya harto de estar serio y preocupado. Quiero reir y pasarmelo bien. Sin ninguna finalidad. Parece que esté mal y no puedo pero yo quiero poder.

B: Así de serio me estas haciendo daño, no disfrutas las cosas.

A: Solo las hago y las consumo pero no las saboreo, porque no me alegro, porque solo se alegra el idiota que no ve lo que le espera mañana. Porque si ves la mierda que nos rodea no estarias contento ni un momento. Estar contento con la mierda al rededor es de idiotas.

B: Eso es lo que no te deja estar contento. No querer ser idiota. No querer pasar de todo lo malo que te rodea.

A: Pero como voy a pasar de todo lo malo? Es que parece que ni sé lo que es malo o lo que hay de malo, es un estado general de alerta y de atención ante una sensación de algo que venga a cortarte la alegría.

B: Ya. Un hacerte sentir idiota porque estas contento.

A: Exacto, la alegria del idiota.

Conclusión: Si para estar alegre has de ser idiota, mas vale que prefieras serlo y soltar la alerta y la atención. Con la guardia subida es muy difícil que haya alegría sin sentirte idiota. Si el amor ha de llegarte por el resultado de tu quehacer, difícilmente vas a bajar la guardia. Sin bajar la guardia difícilmente podrás llegar a la sensación de paz y relajación necesarias para sentir la alegría de que todo está bien tal y como está.

¿Y tu? ¿Como vives tu relación con la emoción de la alegría? ¿Te es fácil contactar con ella? ¿O no te la permites como en este caso por algún o otro motivo? Comparte con nosotros tu experiencia sobre esta emoción, y el cómo se da en ti.

Abrazos!

La Sombra

La Sombra

¿A qué llamamos sombra?

Se denomina sombra a aquellas partes de nosotros mismos que no podemos aceptar, que no se corresponden con nuestro ideal del yo y a menudo tampoco con los valores impuestos por la familia o la sociedad, razón por la cual las reprimimos y las proyectamos en otras personas, que son objeto de nuestros reproches. Junto con la sombra personal existe también la sombra colectiva. Respecto a la sombra personal, comprobamos que quien se percibe a sí mismo como generoso tiene a su mezquindad en la sombra. Quien se presenta a si mismo como pacífico tiene su agresividad en la sombra y puede ser agresivo cuando esta se constela.

¿Cuándo aparece la sombra?

La sombra puede experimentarse si estamos atentos. Por ejemplo, cuando queremos responder de forma muy amable a una persona que por dentro nos enfada, pero el enfado se percibe a través de nuestra voz. Si nos damos cuenta del tono duro que empleamos y elegimos no reprimirlo, no nos quedará más remedio que cambiar la imagen de persona amabilísima que tenemos de nosotros mismos, lo cual no es fácil porque no se corresponderá con nuestra imagen ideal. Y, cuando nos damos cuenta de que no nos parecemos a nuestra imagen ideal, reaccionamos con inseguridad y miedo.

Nos encontramos con la sombra también en los sueños. Por ejemplo, aparecen atracadores, personas codiciosas, carteristas, sádicos, asesinos, etc. Si sentimos un rechazo casi insuperable al tener estos sueños y al recordarlos, eso tiene que ver con la sombra. No en el sentido de que, por ejemplo, seamos unos asesinos, sino como una indicación de que también experimentamos dentro de nosotros características que asociamos con los asesinos. La diferencia entre nosotros y los criminales es que normalmente nosotros podemos controlar conscientemente nuestros impulsos asesinos. Pero tiene mucho sentido hacernos conscientes de que, por ejemplo, a la vista de una determinada situación, también sentimos ira asesina o podemos actuar destructivamente, o sea, que no lo tenemos tan claro como esperamos de nosotros mismos. No somos lo que nos gustaría ser. La sombra nos muestra que no solo no somos como nos gusta vernos, sino que nos confronta con el hecho de que precisamente aquello que no consideramos en nosotros mismos y que descartamos de manera consciente una y otra vez, sigue estando dentro de nuestra alma o psique.

¿Dónde aparece la sombra?

De todas maneras, no es en nuestra psique donde encontramos primero a nuestra sombra, sino que la proyectamos en otras personas. Podemos despotricar todo lo que queramos sobre el latrocinio cometido por alguno de nuestros semejantes: no nos limitamos a describir con deleite sus prácticas, sino que los juzgamos y condenamos, mostrando con ello que somos mejores personas. En el interés que mostramos por la persona que atrae nuestras proyecciones -que puede ser que esté robando de verdad- estamos viviendo en parte nuestra sombra. Con el juicio moral contra esta persona ciertamente nos distanciamos, lo que significa que sentimos alivio por un momento -nuestra sombra entonces no está tan reprimida-, pero no asumimos ninguna responsabilidad por la sombra que proyectamos. De esta forma no tenemos que soportar el conflicto moral.

¿Cómo traerla a nuestra conciencia?

Hacerse consciente de la propia sombra significa preguntarse que es lo que nos enfada del hecho de que alguien robe, aunque ello no nos perjudique directamente, pero eso en realidad no nos lo preguntamos casi nunca. A menudo proyectamos nuestra sombra sobre personas que están muy leJos ,(es lo menos peligroso para la sombra), desconocidos, personas que estan en paises lejanos o pertenecientes a minorías o grupos marginales. En estos casos deberíamos preguntarnos en que lugar de nuestra vida tenemos esas características que les atribuimos a los otros y que pueden llevamos a formular prejuicios globales como, por ejemplo, que los italianos hacen siempre mucho ruido.

A lo meJor tenemos nosotros también una parte a la que le gustaría ser alguna vez algo más ruidosa, más alegre, expresarse con menos control de lo que nos permiten nuestras propias normas.

Trabajando con mi propia sombra

La aceptación de la sombra implica, por tanto, darse cuenta de que la sombra nos pertenece, para evitar su proyección. Esto supone un conflicto que mina nuestra autoestima, pero, una vez aceptado, nos aporta alivio, libertad y nos fortalece. Nos supone un conflicto porque nos lleva a aceptar que tenemos esas caras o facetas que rechazamos profundamente, pero que no podemos ocultar porque se hacen visibles en nuestro comportamiento. Ataca nuestra autoestima mientras que esta autoestima siga basándose en identificarnos solo con nuestros aspectos buenos. El alivio viene a través de la aceptación de la sombra porque de esta manera no nos vemos obligados a reprimir constantemente alguna parte de nosotros, no nos vemos continuamente obligados a ser mejores de lo que somos. Esas partes además muy a menudo están dotadas de una gran energía y vitalidad. Y es que la sombra no es solo aquello que normalmente designamos como malo moralmente. En esas facetas que no podemos aceptar, que quizá tampoco son aceptadas socialmente, yace a menudo algo que nos resulta peligroso, pero también algo extraordinariamente vivo y vital.

Aceptar mi propia sombra

La aceptación de la sombra trae consigo amplias consecuencias. Si conocemos nuestra sombra y aceptamos su existencia, contamos también con la presencia de la sombra en otras personas. Nos mostramos más benevolentes con respecto a debilidades y fallos ajenos y nos volvemos más tolerantes. Si la aceptación de la sombra fuese un valor apreciado colectivamente, sería más fácil reconocer los errores. Esta tolerancia o solidaridad se extendería también a grupos marginados; la aceptación de la sombra tendría por tanto consecuencias para la psicología social. Las personas pertenecientes a grupos marginados a veces nos molestan, ya que personalizan los aspectos de sombra del establishment. La aceptación de la sombra se convertiría en una condición no solo para la democracia, sino también para la solidaridad y tendría también su importancia a nivel político. Con el tiempo nos veremos obligados a practicar esta aceptación de la sombra. A menudo proyectamos nuestra sombra en personas que se encuentran lejos, con tal de que no vuelva a nosotros. Como resultado, tenemos miedo de estas personas y armamos ejércitos contra ellas, no sea que nos ataquen. En lugar de temer a nuestra sombra, tenemos miedo de las personas sobre las que la proyectamos. Pero el mundo se hace de esta manera cada vez más pequeño y, tarde o temprano, nos encontramos con esas personas y nos damos cuenta de que no son así. ¿Qué hacemos con nuestra sombra? La solución es aceptarla.

Viviendo con mi sombra

Que queramos vivir con nuestra sombra no quiere decir que permitamos todos sus aspectos en nuestra vida sin observarlos previamente. Con toda seguridad, en la sombra yace escondida mucha energía y muchas ganas de vivir: solo hay que pensar en cuántas cosas gozosas hemos demonizado y a lo mejor podríamos recuperar parte del disfrute perdido. Es nuestra responsabilidad hacernos cada vez más conscientes y responsables de nuestra sombra y de lidiar con ella una vez aceptada. Para poder aceptar la sombra son necesarias algunas cualidades, además de la ya mencionada responsabilidad. Cada actitud consciente desplaza otros valores a la «sombra». Es necesario resistir una y otra vez la confrontación entre el yo ideal y la sombra.

Bibliografía

La dinámica de los simbolos.
Fundamentos de la terapia junguiana. 

Guerrilla Callejera

Guerrilla Callejera

Con esta pandemia podemos todos juntos. Aunque el precio es el aislamiento. Qué decir de esto. Pocas palabras me salen al respecto.

Para mi esta siendo un tiempo en el que paulatinamente va disminuyendo toda la actividad mental y que tan superflua me estoy dando cuenta que es. Cuanto tiempo paso en mi cabeza! Éste es un tiempo donde desde el no hacer, o desde el hacer sin producir, el hacer por hacer, voy rescatando lo importante para mi. El valor que tiene para mi eso que hago desde lo que soy. Porque es lo que eres lo que te da sentido. Porque el sentido no está en lo que consigues hacer sino en quién eres antes, durante y después de hacerlo, sea cual sea el resultado.

Porque el sentido está en estar en contacto contigo, con lo que eres y lo que te define. Con tu presencia.

Porque nada de lo que haces te define mas allá de un juicio o una etiqueta, y el único que está aqui para juzgar es tu ego, ese que se instaló y que se apoderó de tu ser haciéndote creer que debes de hacer una serie de cosas para ser. Ése que te hace creer que si no eres no vales.

Y de eso es de lo que me estoy intentando explicar, de que yo soy yo más allá de lo que hago, de lo que he hecho o de lo que haré. De que mi valor es intrínseco y que nada ni nadie me lo puede quitar mas que yo.

La mayoría de nosotros vive pensando que esto será eterno. Que somos inmortales y que las desgracias solo le pasan al de al lado. Vivimos inmersos en una ignorancia que nos hace débiles y solo lamentamos lo ocurrido cuando ya es demasiado tarde. Y es que… Tenemos la mala costumbre de dejar para luego, de […]

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