Para seguir profundizando un poco más acerca del sentimiento de culpa, voy a compartir con vosotros esta otra entrada, extraída en gran parte del postgrado en clínica gestáltica impartido por Jaume Cardona. Voy a empezar por resumir la primera entrada que escribí hace ya algunos días y que aquí ampliaré un poco más.

Haciendo gala de la capacidad de síntesis que me caracteriza, voy a cortar por lo sano y a empezar esta entrada por la vía directa. Recomiendo al lector, que por si algún motivo encuentra fuera de lugar el punto de partida de este texto o si prefiere profundizar en los orígenes de este resúmen lea la primera entra de sobre el sentimiento de culpa.  Así pues allá voy.

Aunque todos sabemos que al nacer, nacemos inocentes (entiéndase exentos de culpa), ya de pequeñitos aprendemos que en nuestro interior existe lo agradable y lo desagradable y que acaba conviriténdose en “dentro de mi existe lo malo y lo bueno”. Ese sentimiento de que no soy correcto, de que cuando lloro molesto, cuando quiero hablar interrumpo, de que no me dejan gritar, que cuando me acerco se marchan, etc va generando esa sensación de que hay algo malo en mí. Va generando ese sentimiento de culpa, esa cosa de que en mi hay algo malo y que al exterior no le gusta.

Con estas vivencias, se van a generar dos cosas:

La primera es que como niños vamos a decidir culparnos a nosotros mismos con tal de preservar el amor en nuestra familia. De esta manera excuso la reacción del entorno y puedo seguir manteniendo (según la inocencia de un niño) la unión familiar y del sistema. Así es como ya desde niños interiorizamos lo malo en nosotros y de donde surge la intensidad de nuestro sentimiento de culpabilidad. Y esa intensidad, nos va a perseguir hasta la edad adulta, acompañándonos en cada proceso de maduración. En los casos más acusados incluso se puede llegar a desarrollar el sentimiento de “Soy culpable de ser”, mi existencia genera mal estar, porque cuando reclamo atención me rechazan, cuando lloro molesto, cuando hago algo mal me gritan, o cuando no lo hago también, y aquí cada uno puede añadir de su propia cosecha esas vivencias infantiles en las que siente ese miedo a que le retiren el amor y que no viene de otro sitio que de esos mandatos internos que vivimos de pequeños y que nos hicimos nuestros, auto culpándonos para poder seguir queriendo a las personas que teníamos de referencia.

La segunda cosa que se genera son las auto exigencias, los mandatos internos, los deberías, los tienes que … Esa voz interna que nunca esta satisfecha con nuestro comportamiento, nunca reconoce, siempre pide más, nunca es suficiente y es en definitiva, lo que va a desembocar en el aspecto más neurótico: la culpa persecutoria. Esa especie de ojo que todo lo ve, esa especie de cosa que está constantemente al acecho, me vigila, genera auto acusaciones, recriminaciones, rencores etc. Son muchos los ingredientes ante los cuales un niño es sensible de sentirse así, muchos los componentes que pueden hacerle creer que ciertos aspectos suyos no son bienvenidos en el mundo que le rodea y le hacen sentirse en peligro de abandono o de castigo, la cual cosa, si sucede, ratificaría que eso que percibe de él es malo y real.

Es evidente que cada uno de nosotros hemos vivido infancias distintas y las relaciones con nuestros familiares distan mucho entre sí. No todo el mundo tiene el mismo sentimiento ni intensidad de culpa, ya que ésta depende de:

  • Las cosas que hemos asimilado como malas en nosotros (enfadarme, rabieta, llorar). Esas actitudes mías que han rechazado desde mi mundo exterior y me hacen sentir que eso que hay en mí, eso que me genera ganas de llorar, o de enfadarme, es malo, es rechazado por mi entorno y yo me lo siento como mío. Algo en mi es malo.
  • Como me identifico con esas cosas malas (que grado de maldad le doy yo a esas cosas)
  • Como nos defendemos ante esto (técnicas del caracter)

Por otro lado, la culpa persecutoria todos la sentimos en mayor o menor medida. La mayoría de nosotros nos sentimos culpables: con 1 año y medio o dos, ya se empiezan a generar ciertos pensamientos como “yo no puedo generar esto en los demás”. En esta edad, en algunos casos ya empiezan los mandatos externos “niño no llores», «tal como eres nadie te va a querer”, etc. Diríamos que lo que empieza a perseguirnos de aquí en adelante es el miedo a no ser amados y la indignidad ante la reacción del entorno (en forma de mandatos para que eso no suceda), y de la cual nos sentiríamos culpables, avergonzados debido a nuestros sentimientos, comportamientos y actitudes.

Es que hay cosas muy fuertes para un niño (tal como eres nadie te va a querer, ven luego, llorar es de niñas, todas estas frases (introyectos) dichas a un niño van generando un sentimiento de frustración, humillación, y sentir que está decepcionando al padre, sentir que papá o mamá por una actitud mía me retira amor, es lo peor para un niño.

Y así vamos haciéndonos mayores y debido a la presión de todo esto, llegamos a los 6, 7 años bien cargados, muchos o algunos de nosotros habremos topado con la cosa esa de la culpa de ser, la persecutoria. La sensación de yo no tendría que haber nacido. Sentirse como una anomalía, algo que no toca, he nacido y he venido a dar el coñazo. Éso genera un problema de base importante. Además, se nos van añadiendo las reacciones del padre, de la madre, etc y se van preparando las vivencias de indignidad, vergüenza, asco, etc. Y paso a paso vamos adquiriendo una vida en la que vivimos clandestinamente, ocultos. Y es porque si de verdad nos mostramos, lo que se nos viene encima es todo nuestro pasado, la indignidad, la vergüenza, el asco (soy asqueroso), la repulsión propia. Encima luego se añaden las órdenes y sentencias (tu debes, tu tienes que, tu has de), y nos plantamos en la infancia con una buena carga.

Con todas estas cosas buenas que ya nos suceden de niños, no es de extrañar que poco a poco aprendamos a defendenos, y lo hacemos a través de los mecanismos de defensa. Creamos el mecanismo para hacer que la cosa me afecte lo menos posible. Son posiciones para que se anestesie lo máximo posible esa sensación y no son más que castigo, castigo hacia nosotros mismos o hacia los demás, aquí encaja la frase esa de que «no queriendo sentir mi propia culpa, acabo haciendo otras cosas que sí que de verdad me hacen culpable»

En contraposición a la posición defensiva de defendernos inconscientemente, podemos optar por el arrepentimiento, que tiene que ver mucho con el pesar, no con el dolor generado al otro sino también con el propio dolor que se siente, el dolor que uno también ha causado. Cómo me enfrento al hecho de que yo también he generado dolor? Con toma de conciencia, ir desgranando y comprendiendo la propia historia, las causas que generan los comportamientos, los mecanismos de defensa que he utilizado.

En el trabajo con la culpa hay que que querer mirar. Empezar a ver (cosa poco fácil), darse cuenta de esa parte en la que ahora ya no hay tantas responsabilidades externas, las cosas que nos ocurren son internas. Lo único que nos puede redimir de la culpa es aprender, aprender en lugar de castigar y seguirnos castigando con nuestras defensas. Todo momento es bueno para darse cuenta, no importa la edad que se tenga. El no asumir mi culpa interna me lleva a hacer qué? A huir toda la vida. A huir de uno mismo y del contacto con la vida.

La mirada comprensiva que da ver cómo llegamos al mundo, cómo somos recibidos, cómo crecemos y cómo somos lanzados a vivir, es lo que cura. A partir del momento en el que somos lanzados a vivir es cuando vamos a aprender cómo vivir y durante este proceso de aprendizaje nos vamos a hacer daño, nos van a hacer daño y vamos a hacer daño. Y lo único que tenemos y podemos hacer ante eso es aprender. La alternativa a eso es castigarnos.

Entender que esto del vivir es complicado, cuando aparece en un primer momento la figura materna, posteriormente el padre y más adelante se va conformando una percepción de que fuera hay una relación (madre y padre) y que yo estoy en medio, y que mis actos pueden afectar esa relación. Ya más mayores, para algunos la percepción es de yo con migo mismo, para otros empieza a coger fuerza el papel del otro, yo y el otro. Si relacionamos esta percepción con la parte buena y mala que hay en mí, de repente el otro (papá, mamá, hermanos) también se nos aparecen con sus partes buenas y malas y por lo tanto nos relacionamos desde estas partes. A los niños les cuesta mucho asumir la maldad de un padre o una madre. Y vamos a ir tomando conciencia de que dañamos, que decepcionamos. La toma de esa conciencia es necesaria: saber que podemos causar daño es importante, una para entender que ciertos daños existen en la condición humana (por ejemplo en el que una relación no funcione por decisión mía, si no me siento feliz es lógico que no quiera seguir y la decisión implica un daño), la otra lo que nos enseña el proceso de socialización: que hay daños que no hay que causar (no robarás, no matarás), la conciencia de lo que hacemos nos ayuda a aprender y nos damos cuenta de que hay que ir con cuidado con ciertos comportamientos porque el otro también existe, merece respeto, etc, y podemos hacerle daño.

Ir conociéndonos, ver nuestra máscara, ver lo que reprimo (lo que reprimo no se esta quieto), el paso de abandonar la defensa del sentimiento de culpabilidad también incluye abrirse a las cosas que hemos hecho nosotros, y ése es un paso que da miedo porque con todos nuestros juicios internos, nuestros auto reproches, nuestros mandatos, nuestro policía interior, no sabemos si nos vamos a acabar de ejecutar. Por eso da tanto miedo dejar la culpa neurótica y pasar a la culpa depresiva de verdad donde realmente vemos “qué he echo”, qué he hecho de verdad. Poder llegar un punto de comprensión donde en alguna época de mi vida no supe más, no vi más, pero si veo de verdad, si miramos con cuidado, tanto me tengo que acusar? sabíamos tanto de las cosas? éramos inconscientes, la cosa no daba para más. La cosa merece perdón o castigo?

Ése es el punto de comprensión, entender cómo hemos llegado a este fenómeno de vivir. A caso llegue aquí sabiendo cómo relacionarme? He llegado preparado para no dañar? para no dañarnos? salimos al mundo con conocimiento para saber amar?, sabemos sostener frustraciones?, rechazos?… todo eso es lo que vamos a tener que aprender, a conocernos, y a conocer al otro, que el otro existe mas allá de mí… sino, nos pasamos media vida entre todo este meollo, y al darnos cuenta y sacar la cabeza para ver como arreglarlo vemos un gran trabajo y elegimos no mirar. Y seguimos igual, relacionándonos con el mundo como me he relacionado hasta ahora. Con eso nos vamos a tener que ver, con nuestra dificultad y con la dificultad de los otros. Y echar la vista atrás y mirar todo esto sólo tiene un sentido: querer aprender. No quiero hacerte daño y si te hago daño es por cosas que en la vida ocurren, no es tan fácil ser humano.

Si conseguimos llegar a este punto, aparece el pesar. El aceptar que me pesa haber actuado así. Sentir el pesar de lo que me he dañado y lo que he dañado y poder estar con eso sin juzgarme. Hoy tengo la posibilidad de mirarlo y sólo si lo miro puedo entrar en la posibilidad de cambiar algunas cosas. En la medida en que logro eso, asumo la libertad, la responsabilidad y la posibilidad de aceptar y de perdonar. Perdonarnos. Perdonarnos por habernos castigado.
Es muy importante entender el arte de la aceptación, el aceptar la condición humana. Somos humanos y así vivimos. Sino vemos esto, sino lo aceptamos y nos liberamos de ello, no nos queda otra que castigar y castigarnos, no hay más.

Una mirada simplemente de eso, una mirada que lo que quiere es comprender el sufrimiento para dar paso al dolor, y ser un poco mas libre luego, ser mas libres por haber afrontado nuestra vida como es y por haberla podido mirar.

fotos por Christian Berthelot