por Miquel Gabriel | Abr 1, 2020 | Gestalt
¿Te das cuenta ahora de lo importante que es lo que tienes? No, no me estoy refiriendo a lo que tienes materialmente, sino a aquello que te acompaña en tu vida y que te llena en estos momentos de confinamiento. Eso que no valoras ni cuidas en tu día a día porque estas en la búsqueda de algo mas, y que ahora, en momentos de intimidad, en momentos de no relación con el exterior y que emerge la importancia de lo que permanece a tu lado te das cuenta del valor que tiene. De lo que te llena, de lo que te falta, de lo que te da o de lo que te quita. Ahora que miras, ves, observas y sientes quien está ahí… ¿Qué importante es para ti?
Eso es lo importante, el valor que tiene para ti. El valor que le das, el significado interno que para ti tiene lo que tienes. Y cómo nutres y cuidas aquello que quieres que esté a tu lado. En estos momentos cobra especial valor aquello que te acoge y recoge, aquello que te acompaña desde lo intimo, la compañía, la presencia, el estar al lado. El compartir. Aunque sea en la distancia se puede estar presente, muy presente. Y quizás este es un momento donde se mueven preguntas tales como lo que yo hago para tener lo que tengo, para merecer lo que merezco, para vivir como vivo. No vale quedarse en la falta. Lo que vale es aprender a ver ¿qué he hecho yo para vivir como vivo ahora?
Quizás ahora te des cuenta de que lo que está en tu vida no te complementa, sino que te entristece. Quizás te das cuenta ahora de que no es tanto eso que te rodea, de que si no eres tu el que mueve ficha, realmente al lado no hay tantos como parece. Este es un momento, creo, para eso. Para recobrar el valor de las relaciones, valorarlas y cuidarlas. O para seleccionarlas, renunciar y escoger eso que sí es para ti. Para que cuando esto pase y puedas actuar, te preguntes:
¿Qué valor tiene para mi lo que está en mi vida?
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por Miquel Gabriel | Ago 19, 2018 | Sueños
El otro día, en sueños, sostenía a un bebé en brazos, en la habitación de mi casa, en mi cama, acabo de despestar sostenia y levantaba con alegría a un bebé que llevaba un mono de color anaranjado. Mi sentimiento era de júbilo, alegría e ilusión mezcladas con una reconfortante sensación de familia, estabilidad, pertenencia y amor.
Los sueños pueden considerarse como decimos en la gestalt “un mensaje existencial”, esta apreciación de Perls la podemos complementar con la visión de Jung, en la que nos dice que los sueños nos ofrecen una foto de la orientación psiquica en el presente del soñante. Los sueños generalmente suelen mostrar dos funciones, a veces una, otras ambas: La función de amplificación y la función de compensación.
* Función de amplificación: Podemos entender la función de amplificación como aquella tendencia del sueño en la que se enfatizan algunas caracteristicas de nuestro ego, en las que con su exageración o aumentación se ponen más de relieve. En ocasiones esta función también es utilizada para amplificar o aumentar aspectos necesarios de nuestra personalidad que no vivimos plenamente, y para compensar con su aumentación aspectos de nuestra personalidad, por ejemplo, una imagen de engreimiento para compensar un sentimiento excesivo de inferioridad.
* Función compensatoria: La escasez aquí produce el exceso allá. El sueño no sólo no obedece a nuestra voluntad, sino que a menudo contrasta incluso fuertemente con las intenciones de la consciencia. Este contraste, sin embargo, no siempre es tan acusado, a veces el sueño pede también desviarse solo un poco de la actitud o tendencia consciente y en ocasiones puede incluso coincidir con el contenido y la tendencia consciente (Carl G. Jung)
Entonces, volviendo al sueño y aplicando estas dos funciones, podriamos decir que lo que este sueño proyecta es el deseo del soñante, es decir que el sueño está amplificando y compensando un aspecto de la vida que no se está viviendo plenamente y el deseo de hacerlo. Podríamos entonces preguntarnos por cómo son en la actualidad esas emociones vividas en el sueño: “Mi sentimiento era de júbilo, alegría e ilusión mezcladas con una reconfortante sensación de familia, estabilidad, pertenencia y amor.” Y ciertamente, en el momento vital que se produjo este sueño, el deseo de sentirme amado, de formar una familia fruto del amor y la necesidad de reposo y estabilidad emocional para formar un familia es muy intenso. Un momento en la vida en el que amo a una mujer, una mujer que me permite sentir las dos cosas a la vez tan difíciles de encontrar en un solo ser, el equilibrio entre el afecto, el amor y el deseo, y al mismo tiempo una relación que no está siendo posible y no se está dando de la manera que yo deseo y que me transporta a sentimientos antiguos de no ser querido, no ser visto y no ser tenido en cuenta emocionalmente. El exceso aquí es la escasez de allà, lo que estoy dando ya por perdido el sueño lo compensa y lo amplifica: todo lo contrario a lo que yo siento en el sueño (función compensatoria) y muestra y aumenta mi deseo (función de amplificación), para que de esta manera pueda reafirmarme en mi deseo y no ceder a la frustración de ver que no es posible.
Otra de las cosas importantes en los sueños es el poder de condensación que tienen en lo símbolos que aparecen. Hasta el más mínimo detalle puede contener para el soñante información esencial y ofrecer una comprensión única al poder relacionar el significado del símbolo con aspectos de su vida o su experiéncia actual.
Así pues, una de las técnicas básicas en la interpretación de los sueños es la asociación simbólica y la identificación con los símbolos. Entonces, voviendo al sueño aparecen como simbolos el bebé y llama mi atención el color anaranjado del mono que lleva puesto. El bebé como símbolo lo asocio a felicidad, al resultado y fruto gracias al amor de los padres, responsabilidad, compromiso, importancia personal como modelo a seguir por el hijo. Y el color anaranjado, me sugiere ambivalencia, y basándome en lo simbólico, y tirando de amplificación, me encuentro con lo siguiente:
Anaranjado. A medio camino entre el amarillo y el rojo, el naranja es el color más actínico.Entre el oro celeste y las fauces ctónicas (En mitología y religión, especialmiente la griega, designa o hace referencia a los dioses o espíritus del inframundo, por oposición a las deidades celestes.), este color simboliza en primer lugar el punto de equilibrio del espíritu y de la libido. Pero tal equilibrio tiende a romperse en un sentido o en otro, y se convierte entonces en la revelación del amor divino, o en el emblema de la lujuria.
Y no es esto en realidad lo que estoy viviendo en este momento de mi vida, en esta relación? Efectivamente es lo que tantas ganas tengo de encontrar, este equilibrio entre amor y deseo en la mujer. Esto que llevo buscando durante toda mi vida y que para mí es tan necesario como para poder formar una familia. Que en una misma persona pueda encontrar estabilidad, afecto, amor, libertad, crecimiento (amor divino), deseo y placer (lujuria). Es algo así como sentir que la realidad está poniendo al alcance de mis manos mi deseo, es un estar naciendo en ese equilibrio de amor y placer propio de mi deseo pero que al mismo tiempo ese equilibrio (porque la vida es un cúmulo de inestabilidades) es inexistente al rozar cielo y tierra a cada paso, a cada vivencia, en cada experiencia… Existe el equilibrio? O es una mera fantasía dualista? Ahí lo dejo…
Entonces, reapropiándome de mis proyecciones soñariles, podría leer el sueño de la manera que sigue;
– Sostengo en mis manos este nuevo ser, me sostengo en mis propias manos con alegría y júbilo en toda mi inocéncia, mi vulnerabilidad e indefensión de un ser recién nacido. Y siento una enorme ilusión en poder transmitir todo lo que sé, en poder enseñar(me) y guiar(me) en el proceso del vivir y del crecer.
– Soy un bebé recién nacido, que vengo a traer felicidad, comprensión y entendimiento (de lo que es el resultado de una vida), y a aclarar las cosas con mi presencia, vengo a dar otra oportunidad de hacerlo bien. Tengo toda la vida por delante, y estoy muy contento. Esta persona que me sostiene en sus brazos, puede enseñarme mucho del cómo vivir.
– Soy un mono de color anaranjado, sirvo para proteger, para separar el afuera del adentro, soy ambiguo, estoy a caballo entre el rojo y el amarillo, puedo rozar el cielo en términos de espiritu, de realización, de amor divino, hasta caer al inframundo, al mundo pasional de los deseos y de la lujuria.
Entonces en esto del aprender el cómo vivir, voy a tener que vérmelas con esto del amor y del placer para con la mujer. En esto de ver cómo me manejo cuando aparece lo real, de mí, cuando termina el juego cortés, el tira y afloja de la seducción, cuando disminuye la intensidad y aparece lo que soy. Cómo de cómodo estoy en ese momento. Y ahí viene ese ser recién nacido para poder aprender de mí eso.
Y la amplificación simbólica continúa asi:
Pero el equilibrio del espíritu y la libido es cosa tan difícil que el anaranjado se convierte también en el color simbólico de la infidelidad y la lujuria. Este equilibrio, según tradiciones que se remontan al culto de la Tierra Madre, se busca en la -> orgía ritual, que induce a la revelación y la sublimación iniciáticas. Se dice que Dionisos viste de color naranja.
Me surgen pues otras preguntas como: Acaso estoy siendo infiel a mí mismo? Acaso no estoy siendo fiel a mis principios entregándome al placer amoroso(lujuria) sin respetarme emocionalmente (amor divino)? Me guardaré estas respuestas por motivos personales…
Dionisio. Hay querido Dionisio, dios de la vendimia y el vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis e hijo de Zeus. Divinidad cuya significación se simplifica abusivamente al ver en ella el símbolo del entusiasmo y de los deseos amorosos. Por haber retirado de los infiernos a su madre Semele, fulminada por Zeus, y haberla introducido en la estancia de los Inmortales, Dionisos era también considerado como un «liberador de los infiernos», dios ctónico, iniciador y conductor de las almas. En el sentido más profundamente religioso, el culto dionisíaco, a despecho de sus perversiones e incluso a través de ellas, testimonia el violento esfuerzo de la humanidad para romper la barrera que la separa de lo divino y para liberar su alma de los límites terrenos. Los desbordamientos sensuales y la liberación de lo irracional no son más que muy torpes búsquedas de algo sobrehumano. Por paradójico que esto parezca, Dionisos, si se considera el conjunto de su mito, simboliza el esfuerzo de espiritualización de la criatura viviente a partir de la planta hasta el éxtasis: Dios del -> árbol, del -+ cabrón, del fervor y de la unión mística. Sintetiza en el contenido de su mito toda la historia de una evolución.
No es cierto que los límites terrenales son nuestro ego, y nuestra lucha en pretender que las cosas sean como nosotros queremos? No es esto motivo de sufrimiento? Sufrimos cuando vamos en contra de nuestro ego, y no por ello debemos cesar en la lucha. Dice Alain Vigneau: En la lucha contra el ego nadie gana, pero al menos algo se transforma.
Pero, desde el punto de vista del análisis -y por retener principalmente los aspectos primitivos del dios- Dionisos simboliza la ruptura de las inhibiciones, de las represiones, de los rechazos. Es una de las figuras nietzschianas de la vida, opuesta al prudente aspecto apolíneo. «Simboliza las fuerzas obscuras que surgen de lo inconsciente; es el dios que preside los desenfrenos que produce la embriaguez, todas las formas de la embriaguez, la que se adueña de los bebedores, la que apresa a las gentes arrebatadas por la música y la danza, la que es propia de la locura, que él inspira a quienes no lo han honrado como conviene. Él trae a los hombres los presentes de la naturaleza y sobre todo los de la vid. Es el dios de las formas múltiples, el creador de ilusiones, el autor de milagros» (Defradas en BEAG).
Simbolizaría entonces las fuerzas de disolución de la personalidad: la regresión hacia las formas caóticas y primordiales de la vida, que provocan las orgías; una sumersión de la conciencia en el magma de lo inconsciente. Su aparición en los sueños indica una violentísima tensión psíquica, la proximidad del punto de ruptura. Se percibe la ambivalencia del simbolo: la liberación dionisiaca puede ser espiritualizante o materializante, factor evolutivo o involutivo de la personalidad.
Me encuentro pues en una encrucijada vital, responder al amor (el propio, quererme a mí) o responder al deseo (también el propio, pero no a costa del amor). Estoy naciendo envuelto en una fuerte ambivalencia, y al mismo tiempo en un gran deseo de las dos cosas. Me pregunto por mis valores, son mis creencias limitantes? Estoy encerrado en una forma de vivir y como promueve dionisio no me entrego a la vida? O precisamente por esa entrega a la vida estoy naciendo ahora? Estoy buscando el amor a través del deseo? A caso uno no es mas feliz si vive deshinibido, sin represión y sin rechazar pulsiones y deseos siguiendo el dictado Dionisíaco … Claro está que sí, y sin hacer daño a nadie, porque la elección intrínseca que nos corresponde como seres vivos, las decisiones que debemos tomar por el simple hecho de estar vivos y poder seguir viviendo (y no ser muertos vivientes), esas, si le duelen a alguien no podemos hacer mas que respetar el dolor que producen porque respetamos nuestra vida y nuestras decisiones, y porque no conllevan la intención de dañar a nadie.
Y termino con un poema de mi maestro Claudio, espero que os guste.
POEMA A DIONISIO por Claudio Naranjo
¡Oh, hijo del fulminante padre de los dioses y de Dione, y que tanto anheló la contemplación suprema que fue aniquilada hasta hacerse fuego y cenizas!
¡Divino Dionisio que habrías sucumbido mucho antes de nacer si tu padre no te hubiese incubado en su generoso muslo! Oh, Dios sufrido, paciente y supremamente meritorio que sólo llegó a unirse a los Olímpicos tras una vida divinamente estipulada de adversidad.
¡Oh, tu que pasaste todas la pruebas viajando a través de la locura y de la muerte. Tú que le enseñas a los mortales la vía del renacimiento y de la salud a través de tu ejemplo!
Quiero celebrar tu libertad emancipatoria, tu sacralidad animal y tu ebriedad sagrada.
Libéranos e infunde en nosotros el don de la entrega, para que podamos disolver nuestras pequeñas mentes limitantes cotidianas y recuperar así nuestra verdadera estatura. Libéranos del mal de la acusación del noble animal que somos, sin el cual nos tornamos en fantasmas castrados, seres destructivos y estériles.
Devuélvenos, dios de la humanidad, el don de la amistad hacia la serpiente y la pantera, y el toro, y el águila y el macho cabrío con sus grandes cuernos y testículos que los pretendidos imitadores de Cristo tomaron como emblema del demonio para poder proyectar en él sus culpas y sacrificarlo.
Devuélvenos, Dios de la humanidad, la inocencia de la naturaleza y de lo natural. Devuélvenos nuestra naturaleza instintiva y la valoración del placer más allá de la culpa y del desprecio.
Te celebro, Dios de la danza, con el don de mi entusiasmo y el ofrecimiento de la sangre de mi espíritu para tu empresa de convertir a una humanidad pálida en un mundo danzarín, y con mi júbilo celebro tu alegría para que su potencia fortalecida pueda soportar la fricción con una humanidad triste.
Y celebro también, Dios de la celebración, la celebración misma. Y, en su corazón, el amor a la vida.
Libido (del latín libido: «deseo», «pulsión» y en un sentido estricto: «lascivia») es un término que se usa en medicina y psicoanálisis de manera general para denominar al deseo sexual de una persona. Como comportamiento sexual, la libido ocuparía la fase apetitiva en la cual un individuo trata de acceder a una pareja potencial mediante el desarrollo de ciertas pautas etológicas.[1] No obstante, existen definiciones más técnicas del concepto, como las encontradas en las obras de Sigmund Freud y Carl Gustav Jung que hacen referencia a la fuerza o energía psíquica. Estos autores vinculan la energía libidinal, respectivamente, a las pulsiones y a su carácter eminentemente sexual como meta primaria (Freud) o a una energía mental indeterminada que mueve el desarrollo personal general de un individuo (Jung).
por Miquel Gabriel | Mar 5, 2018 | Personal, Reflexiones
No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reuma.
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.
Y verás que es verdad si te sumerges en esas lentas aguas,
en esas aguas poderosas,
que te han traído a esta ribera desolada.
Sumérgete, nada a contracorriente, cierra los ojos,
y cuando llegues, espera allí a tu hijo.
Porque yo también voy a sumergirme en mi niñez antigua,
pero las aguas que tengo que remontar hasta casi la fuente,
son mucho más poderosas, son aguas turbias, como teñidas de
sangre.
Óyelas, desde tu sueño, cómo rugen,
cómo quieren llevarse al pobre nadador.
¡Pobre del nadador que somorguja y bucea en ese mar salobre de la
memoria!
…Ya ves: ya hemos llegado.
¿No es una maravilla que los dos hayamos arribado a esta prodigiosa
ribera de nuestra infancia?
Si, así es como a veces fondean un mismo día en el puerto de
Singapur dos naves,
y la una viene de Nueva Zelanda, la otra de Brest.
Así hemos llegado los dos, ahora, juntos.
Y ésta es la única realidad, la única maravillosa realidad:
que tú eres una niña y que yo soy un niño.
¿Lo ves, madre?
No se te olvide nunca que todo lo demás es mentira, que esto solo es
verdad, la única verdad.
Verdad, tu trenza muy apretada, como la de esas niñas acabaditas de
peinar ahora,
tu trenza, en la que se marcan tan bien los brillantes lóbulos del
trenzado,
tu trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un pequeño lacito rojo;
verdad, tus medias azules, anilladas de blanco, y las puntillas de los
pantalones que te asoman por debajo de la falda;
verdad, tu carita alegre, un poco enrojecida, y la tristeza de tus ojos.
(Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de la alegría?)
¿Y adónde vas ahora? ¿Vas camino del colegio?
Ah, niña mía, madre,
yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
te serviré de guía,
te defenderé galantemente de todas las brutalidades de mis
compañeros,
te buscaré flores,
me subiré a las tapias para cogerte las moras más negras, las más
llenas de jugo,
te buscaré grillos reales, de esos cuyo cri-crí es como un choque de
campanitas de plata.
¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a ser el verano!
A nuestro paso van saltando las ranas verdes,
van saltando, van saltando al agua las ranas verdes:
es como un hilo continuo de ranas verdes,
que fuera repulgando la orilla, hilvanando la orilla con el río.
¡Oh qué felices los dos juntos, solos en esta mañana!
Ves: todavía hay rocío de la noche; llevamos los zapatos
llenos de deslumbrantes gotitas.
¿O es que prefieres que yo sea tu hermanito menor?
Sí, lo prefieres.
Seré tu hermanito menor, niña mía, hermana mía, madre mía.
¡Es tan fácil!
Nos pararemos un momento en medio del camino,
para que tú me subas los pantalones,
y para que me suenes las narices, que me hace mucha falta
(porque estoy llorando; sí, porque ahora estoy llorando).
No. No debo llorar, porque estamos en un bosque.
Tú ya conoces las delicias del bosque (las conoces por los cuentos,
porque tú nunca has debido estar en un bosque,
o por lo menos no has estado nunca en esta deliciosa soledad,
con tu hermanito).
Mira, esa llama rubia que velocísimamente repiquetea las ramas
de los pinos,
esa llama que como un rayo se deja caer al suelo, y que ahora
de un bote salta a mi hombro,
no es fuego, no es llama, es una ardilla.
¡No toques, no toques ese joyel, no toques esos diamantes!
¡Qué luces de fuego dan, del verde más puro, del tristísimo y virginal
amarillo, del blanco creador, del más hiriente blanco!
¡No, no lo toques!: es una tela de araña, cuajada de gotas de rocío.
Y esa sensación que ahora tienes de una ausencia invisible, como una
bella tristeza, ese acompasado y ligerísimo rumor de pies lejanos,
ese vacío, ese presentimiento súbito del bosque,
es la fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzas en huida?
¡Las maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca te las podría
enseñar todas, tendríamos para toda una vida…
…para toda una vida. He mirado, de pronto, y he visto tu bello rostro
lleno de arrugas,
el torpor de tus queridas manos deformadas,
y tus cansados ojos llenos de lágrimas que tiemblan.
Madre mía, no llores: víveme siempre en sueño.
Vive, víveme siempre ausente de tus años, del sucio mundo hostil,
de mi egoísmo de hombre, de mis palabras duras.
Duerme ligeramente en ese bosque prodigioso de tu inocencia,
en ese bosque que crearon al par tu inocencia y mi llanto.
Oye, oye allí siempre cómo te silba las tonadas nuevas tu hijo, tu hermanito, para arrullarte el sueño.
No tengas miedo, madre. Mira, un día ese tu sueño cándido se te hará
de repente más profundo y más nítido.
Siempre en el bosque de la primer mañana, siempre en el bosque
nuestro.
Pero ahora ya serán las ardillas, lindas, veloces llamas, llamitas de
verdad;
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas a la busca de Dios.
Y yo te seguiré arrullando el sueño oscuro, te seguiré cantando.
Tú oirás la oculta música, la música que rige el universo.
Y allá en tu sueño, madre, tú creerás que es tu hijo quien la envía.
Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que mueve el mundo.
Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en el bosque el más
profundo sueño.
Espérame en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre mía.
La madre, Damaso Alonso